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TTG en la consulta individual

El siguiente caso es la transcripción de una de mis sesiones de terapia individual en la que he utilizado la TTG como herramienta para que el paciente pudiera darse cuenta de una de sus sombras: la agresividad.

Llevamos unos años trabajando con quien aquí llamaré Carlos. Nos conocemos bastante y noto que últimamente se muestra muy agresivo.

El mismo trae a sesión asuntos que tienen que ver con los reproches que está recibiendo por este tema y los conflictos que esto le ocasiona, tanto con sus familiares y amigos como en su entorno laboral, aun así no puede reconocer su propia agresividad.

En una sesión emplea este mismo tono para dirigirse a mí durante casi todo el tiempo. Se lo señalo y este es, más o menos, el diálogo que tenemos:

Yo: – Me estás tratando mal
Carlos: – ¡Joder! ¡Tú también con lo mismo! ¿Qué le pasa a todo el mundo que está tan sensible?
Y: – Me estás tratando peor.
C.: ¡Coño! ¿Pero por qué? Yo siempre he hablado igual
Y.: Creo que no, si me gritaras así cada vez que vienes, nuestra relación se hubiese terminado hace tiempo
C.: (Se muestra más agresivo) ¡Hostia! ¿Qué tengo que hacer entonces? ¡Me saca de quicio que te hagas la víctima y encima me acuses de que soy yo quien hace que te sientas mal!
Y.: No me estoy sintiendo víctima de nadie y no te he acusado de nada, pero hagamos stop. Ponte de pie, que vamos a hacer teatro.

Como no es la primera vez que aplico la Teatro Terapia con Carlos, ya conoce la dinámica. Nos ponemos de pie, empezamos a estirarnos y a movernos por el espacio.

Y.: – Mira a tu alrededor y elige algún objeto de está habitación con el que creas que puedas pelearte ¿Hay alguno?
C.: (Inmediatamente posa la mirada en el primer objeto que encuentra frente a él, una silla) – Sí, claro que puedo. Con esta silla mismamente.

Sin esperar ninguna nueva instrucción, empieza:

C.: – Puta silla asquerosa. Vieja, antigua. Me das asco. ¿Qué se puede esperar de ti si para lo único que sirves es para que te pongan el culo encima? Roñosa…

Continúa con un largo repertorio de insultos. Yo noto que está disfrutando bastante, así que no lo interrumpo hasta pasado un largo tiempo, en el que parece que se le han agotado las ganas de seguir y los argumentos para agredirla

Y : – ¿Está bien hasta aquí o te queda algo más?
C.: – Creo que está bien así…por ahora
Y.: – Ponte en pie. ¿Cómo te sientes?
C.: – Satisfecho
Retiro la silla de nuestro campo de visión
Y.: – Bien. Entonces ahora te voy a pedir que seas tú la silla. Busca cómo puedes corporizarla de manera que sea posible sostener la postura sin que te resulte incómodo y ponle voz.

Curiosamente no se pone a cuatro patas como yo esperaba, sino que se acurruca en el suelo, en posición fetal y con las manos se cubre la cabeza.

Y.: – Dile a Carlos lo que te está pasando. Como recibes lo que te ha dicho
C.: (Con un hilo de voz) – Estoy asustada. Y triste ¿Por qué me tratas así? (largo silencio mientras se mece en el suelo. Detiene el movimiento para seguir hablando) ¿Qué te he hecho yo? (Silencio)
Y.: – ¿Qué más?
C.: (Tras otro silencio) – No me atrevo a decirle nada más (tras otro largo silencio, rueda por suelo y se queda de espaldas a nosotros) – No quiero hablar más contigo, ni verte. No me gusta que me agredas y quiero descansar de ti.
Y.: – Ponte de pie (lo hace) ¿Cómo te sientes ahora?
C.: – (Cierra los ojos, los abre y tras un instante de duda) – Vulnerable
Y.: – Vuelve a ocupar tu sitio, el de Carlos
Lo hace y lo noto menos altivo, como si se quedara con algo del susto de la silla
Y.: – Has escuchado lo que te acaba de decir la silla ¿Cómo lo recibes? ¿Le puedes decir algo ahora?
C.: (Con la voz mucho más sosegada que antes) – Lo siento. La verdad es que no eres tan fea ¡Vamos, que hasta pareces bastante cómoda si me siento encima de ti! No te quise ofender. Lo siento, de verdad.
Y.: – Vuelve a colocarte en el lugar de silla por favor.
C.: (Lo hace en la misma posición pero ya no se coge la cabeza con las manos, sino que éstas se posan en sus rodillas. Sonríe hasta transformar el gesto en una risa casi infantil) Me da como vergüenza…
Y.: – ¿El qué?
C.: – Que me pida perdón. Que se disculpe conmigo. Pero también me da alegría (Sigue riendo) ¡Disculpas aceptadas!
Y.: – ¿Está bien hasta ahí?
C.: – Si
Y.: – Ponte nuevamente en el sitio de Carlos y cierra los ojos un momento (invitación a la introspección) Abre los ojos cuando quieras. ¿Deseas decirle algo más a la silla?
C.: (Sonriendo) – Que es bastante guapa. Y no es peloteo. Me gustan las sillas antiguas
Y.: – ¿Cómo te sientes?
C.: – Tranquilo

Volvemos a sentarnos en nuestros sillones habituales, uno frente a otro. Está mucho más relajado que al llegar y su tono de voz es más suave.

C.: – Pues sí, parece que estoy agresivo

Nos reímos y, una vez identificado y aceptado por él mismo su síntoma, retomamos la sesión al uso para explorar el origen de esta agresividad. Cuando termina la sesión y nos despedimos con dos besos, empieza a caminar hacia la puerta, de pronto se gira y me dice:

C.: – Ah! Te digo lo mismo que a ella
Y.: – ¿Que a quién?
C.: – A la silla. O sea, que lo siento
Y.: – Disculpas aceptadas

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